domingo, 8 de abril de 2012

Lo que siempre quisimos decir a cerca de Nelly (Confesiones a escondidas en el cuarto de al lado)

La señora Nelly era de Goitiño Inc., fábrica de chacinados. Amaba hacer bondiolas y chorizos, se tocaba los rulos rubios y amasaba la pasta carnosa sobre la mesada usada. Quizás era mejor dedicarse al estudio, le dijeron una vez parientes lejanos. Pero ella desde pequeña quiso vivir de forma agreste y rudimentaria.

La Nelly era madre además. Y esposa abnegada. Siempre detrás de su marido, fornido y con ojos perrunos. Ella consentía al hombre, como no le quedaba otra. Enamorados se casaron, ahora un infierno. Dos hijos, mezcla de genes hobbit y gnomo. Horrorosos y pesados, con trastornos del habla. Lectoescritura y dislexia. Niños casi analfabetos, semiobesos, de raros nombres. Pobres, ellos no son los culpables. Ni tampoco Nelly. Que es Nancy, tuvo que cambiar su identidad, su madre la obligó. Es parte de un trastorno causado, la vieja casi no ve y perdió su cédula, entonces le telefonea aunque viva lejos. Le indulga las caries de los nenes de rulos. Oftalmólogo y dentista debe pagar Nelly; y la vieja se lo exige en voz de cuello hinchado. Las venas abiertas, Nelly no aguanta y le viene un ataque. Dice que los niños no deben tocar la comida de las gallinas “¡No se juega con el morfi!”, grita Nelly.
Su ducha consiste en un chorrito de agua y listo. Se achanchó con los años en la casa polonial, hippie como un queso dambo, demasiado cremoso. De cáscara hongosa.

Nelly quesadilla.
Nancy pesadilla.