martes, 17 de diciembre de 2013

volvieron las ganas de escribir


Lo reconocí después de un rato, su cara conservaba el mismo aspecto que en la niñez cuando lo inmortalizaron en la foto del afiche de la campaña contra el cólera.
Un niño morocho de rasgos amerindios, un poco cachetón con un jopo de pelo lacio.
Labios pronunciados, mirada cómplice, forma de hablar pausada.
Se dedicó a un trabajo que le permite estar descalzo la mayor parte del día, exhibiendo sus pies morochos libres de cólera. De a ratos me llegaba su olor a sudor, y no entraba dentro de la gama de los aromas personales corporales que más me agradan.
Los pelirrojos huelen a salamín picante, los rubios más a vinagreta, los castaños tienen un olor salado y agradable condimentado con muchas especias, y los morochos o amerindios huelen a aceituna o a cartón mojado.
Su bucito atado a la cintura me hizo verlo como hasta ahora nunca lo había visto, con un aire de femineidad. Y también su postura y los ademanes de las manos, observé más tarde.
Fue campeón de gimnasia olímpica también en su infancia, usaba pelele blanco y llegó a ganar varios trofeos.
Me miró de cerca divertido, le descubrí pequitas. Para mí siempre va a ser el niño del afiche y lo maldigo en secreto porque yo ya tengo canas y él luce un pelo negro, lacio como la noche.

lunes, 27 de mayo de 2013

Temática sorpresiva sobre los colores




Se percibe un leve color azul en el oeste, parece que las almas viajan desde el sol a la vereda. 
Nuclean cestos de ropa sucia y verdes tonos de ocre.
La gama del amarillo es bastante fértil en estos días.

-Si tú supieras lo que pensé, si tú vivieras lo que creí; jamás debí haber abierto  la boca. Para ponerme ese miembro adentro, pequeño y reacio. Que cabe perfecto. Atrás.

Es el mismo perro con distinto collar, por eso te acordás tanto de ellos –de él-, ¡por eso!

Bastardo sin gloria, paraíso sin freno, la penillanura y el Nilo convergen en tu historia.

Y no cabe más que mirar atrás y leer lo que escribí. Hace poco perdí todos los datos de mi disco duro y creí morir de pena… ¡Exagerada!, la Kika de siempre. ¡Rácana y sin freno!

-¡Se me van a caer los dientes! Pensaba en el alucine del aroma, de flor violeta, flor del vientre. Completa la pena escrita.

Nada ni nadie podrá jamás quitarte de mí. De tu silencio. Porque sé que se te caen las lágrimas cuando mencionas el misterio.

-¡Sí!, ¡Nos separamos! ¡Miré para abajo y decidí tirarme del quinto para abajo!

Eso fue lo último que dijo Claudia antes de salir al vestíbulo. Lucía un vestido carmín y zapatos de tallo verde. Lucía-Lucía. Nombre, acción, verbo.

Tomaba Absenta en el patio, lleno de butacas de la fiesta anterior. Como lamentablemente sufrían la pérdida del último cine que quedaba en el centro, trajeron algunas de sus butacas y las despidieron a lo grande. Una se mamó. El cuero curtido y los resortes vencidos. Desvencijados.





domingo, 28 de abril de 2013

Bar de Aitor, Ernesto y el mozo


El señor con cadenita se llama Ernesto, ahora fuma afuera. Es taximetrista y colecciona botellas con barcos adentro. Fue a la facultad de ciencias sociales un semestre y también hizo un curso de orfebrería.

Es separado y tiene un hijo llamado Juan Manuel. Es algo amanerado.
Usa mochila y gran reloj. Se va a tomar mate con su suegra Norma, mate dulce con azúcar y cascaritas de naranja.

"Nunca vimos un chanta tan grande"

El mozo perfectamente podría haber hecho un casting para integrar El Cuarteto de Nos. Tiene toda la pinta de El Cuarteto de Nos, debe ser fan.

Bar Papiros, Blanquita


Blanquita Portilio viene sola al bar. Ya se acostumbró. Tiene a su hijo mayor viviendo en Nueva Zelanda, y cómo lo extraña. Se jubiló de transfusionista, ya van a hacer dos años. Y le cuesta, estaba muy acostumbrada a trabajar y en el trabajo tenía construido todo un mundo.
El mayor siempre fue su hijo favorito. El que le quedó acá en Uruguay es casado y tiene una nena.
Pero con Blanquita no tienen feeling. Claudia su nuera nunca terminó de llevarse bien con ella y aceptarla.

Blanquita estuvo saliendo con un señor durante cinco meses el año pasado. Viudo, igual que ella. Lo pasaban bien, él la sacaba a pasear en su auto. Hacían el amor y miraban películas acostados en la cama. Pero decidieron no verse más, ninguno de los dos quería complicaciones. Ella más bien era la que no quería complicaciones, si fuera por él aún seguirían saliendo.

Tiene bastantes amigas, pero siente que ninguna la comprende. Su prima, que fue su mejor amiga durante cuarenta años, falleció de cáncer.

Su alimentación no es muy sana, como vive sola le da pereza cocinar. Fuma, nunca intentó dejar el vicio. Le encanta fumar en los cumpleaños familiares con su primo segundo por parte de madre, Omar. Fuman juntos y toman varios whiskys, se ríen con voces roncas y tratan de olvidar por un rato la cotidianeidad. Omar está paralítico. Blanquita lo ayuda aunque él se resista. Una vez le cambió los pañales. Él ya está viejo, le lleva catorce años.

Blanquita es muy blanca, su pelo corto y fino está teñido de rubio platinado. Viste camisa blanca y pantalón beige. Ropa de buena calidad. Zapatos marrones con taco bajo y chaleco de falsa piel marrón. Divino. Se lo trajo el hijo de Nueva Zelanda. Viene maquillada al bar y con algunos elementos de bijou: perlas, pulseras doradas, un medallón de la virgen. Todo prolijo y en su justa medida. Le sienta bien el nombre Blanquita.
 A ella le hubiera gustado ser periodista de policiales, igual que su papá al que apenas conoció.

sábado, 27 de abril de 2013

Bar Papiros, Oscar.




Cara de Drupi. Aún existe Oscar, detrás de esos ojos perdidos. Revoleos de sueños en un bar. Viene acá todos los domingos porque no tiene televisión en su casa.

Oscar, el señor de la almohada. Un vaso de whisky casi transparente, la postura de un pájaro silvestre. “El Garza” así le decían de chico, “pura pata ese gurí”.

“Ojos que no encuentran paz”, así decía una canción. Oscar se convierte cada vez que dispone sus ojos en este sentido, impávido, vestido.

La luz es intermitente, pensé que era un fallo en la descarga eléctrica y luego descubro la razón de mi constante despeinar de cerquillo: hay encima un ventilador.

A Oscar la Ley seca de Estados Unidos lo hubiera matado, no podría. Trancado, cernido. Vencido. Tambalea, casi no distingue sus movimientos.

Por dentro hay una secreción de nubes y recuerdos pasajeros. “Mirando la tabla con cariño” la única frase un tanto amorosa que encuentra en el diario, en la sección deportes.

Oscar está sentado, en este bar, unas dos o tres sillas más adelante. Siento que él no puede con su vida desde hace tiempo.

Tiene zapatillas náuticas tipo Topper, un vaquero jean de tiro alto, recto, corte Levis trucho. Y una camisa algo moderna “N+” reza en su omóplato derecho. Un cinturón de cuero marrón que sostiene su bragueta. Cerrada a cal y canto desde hace una década. Carece de anillos y expresión.

El pelo cortado con tijera y peine, en la peluquería del Héctor Hugo. Orejas grandes, de hombre viejo.
Veo solo su nuca, pero estoy completamente segura de lo que dice su mirada.


jueves, 11 de abril de 2013

Cine "Z".



Existe un vacío, después de haber experimentado lo que supuestamente era lo esperado. Existe una imposibilidad, un impedimento. Existe lo que jamás debería haber existido. 
Abrimos la boca del lobo y se comió todas las estrellas del cielo. La noche oscura ahora cubre la sala. No hay cuerpos sin camas, ni hojas sin pelos. No hay mezcla de fluidos sin dejarse ver por completo. Dejarse salir. Por los poros y por la boca. Dejarse salir. No atarse al derrumbamiento de una relación obsoleta, ni dejarse llevar por el arrebato. La mezcla de a ratos me enciende y me perturba. Trato de imaginarme qué estarás haciendo, y prefiero que no sea dentro de una habitación compartida; comprendida por una almohada y una tele. De fondo se escucha la película que pasan, Cine clase “Z”.


lunes, 18 de marzo de 2013

La fiesta de Babette


Me pareció verte entre la masa mientras bailaba una horrible canción, que salía estridente, haciendo temblar las paredes del antro.

Me dio claustrofobia. Generalmente siento que muchos lugares son Cromañón.

Carne de cañón.




martes, 12 de marzo de 2013

pajitas

Hoy escuché en el kiosko:

Muchacho vendedor, muy amanerado:
- ¿Quiere sorbito para la bebida?
Veterana de pelo corto y lentes de sol:
- No, no. Me dan gases
Muchacho vendedor:
- Ah. (realmente apenado)

Cuán desvergonzada puede llegar a ser la gente. Cuán.

jueves, 7 de marzo de 2013

Canción del fin del mundo o de la tensión sexual



¿Qué es entonces la tensión sexual?
Algo de lo que no nos podemos escapar.
A lo que estamos aferrados. Garras, uñas y dientes.

Estampidas de elefantes sobre tu esqueleto.
Tratar de ignorar y fallar.
Esquivar y caerse de boca. Todo el tiempo quisiera poder perderme en tu boca.
Colgarme de tus alas y volar con tus huevos. Alas de viento.
Vientre contra vientre ardiendo.

Sed.
Deseo tres. Más menos tres.

Y después, continúa existiendo una tensión sexual cada vez que nos vemos…


martes, 5 de marzo de 2013

marialapaz



Es de noche, toda la casa está durmiendo. A excepción de mi hermano, que parece que la cama se le va a desarmar. Hace un ruido tremendo. Y después silencio, al ratito la puerta del cuarto se abre. Después la del baño, y así dos veces.

Intento pasar el rato para no ponerme a pensar en que hace rato que a mí no se me mece la cama, ni hago escándalos por el pasillo que separa nuestros cuartos.

Afuera alguien pasa y canta “María la paz, la paz la paz, tres pasos pa’ tras pa‘tras pa’ tras, para un costaaaado, pal otro laaaado.”

Y creo que prefiero escuchar esa cancioncita.


viernes, 1 de marzo de 2013

La ley del deseo



Copamos la barra. No sé cuanto sale, vamos con otro. Cello, lindo instrumento. Sello, lindo objeto, alguna gente los colecciona. Yo no. Vamos por otra ronda y gritan: “a la rueda rueda, de pan y canela”. “Dame un vintén que me voy a la escuela”. “Vintén”, palabra de abuela. Esto te vale dos vintenes, aquello tres. Vino la maestra y me dio un coscorrón. La maestra tomaba vino. Y se tapaba la boca como la madre de Graciela Borges en la película de Favio.  “El dependiente”. Y este último me recuerda a la Ley del deseo, que me ordena a amar sin freno.

Dependientes, toreros, personas que aman. Gorritos mexicanos colgados en la pared. Morir de amor como en una peli de Almo. Incendiarse y suicidarse. Se queman vivos los locos de amor, aquellos que no pueden atar una moña de su hijo antes de ir a la escuela. “Loco de atar”, nunca entendí esa frase.

…Vuelvo a la barra. Barra de jabón que me burbujea la piel. Como la panza hace mariposas. Que revolotean a ritmo del blues, y llega la cuenta de la mesa treinta y tres. ¡Pero qué número más simbólico!  
                                                                                                                                    
Lamento no haber traído mi propia libreta para llenarla de mariposas. Soy una niña bien. “Niña bian”, dirían las chetas. Esas pelilargas. Son como los hippies en los años 60’, mal vistos. Peste. Ratas. Antavirus. Ponele de esos arrocitos rosaditos y vas a ver como se los comen y revientan. ¿Veneno para ratas, tal vez? Es que es color rosadito. Chetas pelolargo bronceadas y gordinflonas. Con unos buenos novios. Buenos machos pijones como caballos. Y ya entramos en el tema sexual. Y ya entró a sonar el jazz.

¡Todo ese jazz!

¡All that jazz!




domingo, 24 de febrero de 2013

El enigma de las medias, parte II (otra posible interpretación de cómo las medias fueron a parar al tacho)



“Janaelle Monaé” o “El enigma de las medias” se titulaba la obra. 

Todo había comenzado aquella tarde de intenso calor, en el baño rancio del bar; éste aún más rancio y alcohólico. María Martha acababa de entrar en el recinto y ya refunfuñaba. Le decía constantemente a Juan:

M.M-  Me quiero ir de acá. Y quiero mear.
J.- Y andá, ¿no ves que vamos a entrar en un bar? Si tanto querés mear…
M.M- Si, ¿pero con esta pinta a vos te parece que haya baño de damas?
J.- No sé, entrá y cerrá la boca.
M.M- Me tenés harta.

María Martha acercó su pelo rubio esponjado al mostrador. Le preguntó al mozo por el baño de damas y éste señaló con una uña sucia en dirección a la izquierda. María M hacia allí fue. 
El baño, como ya lo suponía, era una cochambre. Al lado del único water había una papelera con una bolsa navideña de Ta-Ta. Y en su interior, un par de medias can-can. “Medias bombacha” decía mi abuela. María Martha se atragantó de la conmoción. Recordó a su abuela en ese segundo, y se le apareció de golpe, cual holograma.

M.M- ¡Abuela! ¿Qué es esto? ¿Qué hacés acá?
A- Vengo a buscar mis medias m’hija, las dejé acá para que se sequen pero la doña que vino al baño antes que vos las dejó caer al piso, así que vengo a colgarlas de nuevo. ¿Cómo andas tú, tanto tiempo? ¡Mi niña María Martha!
M.M- Abuela, esto es una locura. Estás muerta. ¿Qué hacés en este cuchitril?
A- Es que el Hetor, el Hetor me trajo acá la noche esa en que me fui, y en este mismo baño fue que me ahorcaron con las medias y me dispararon.
M.M- ¿Pero cómo?, ¿Cómo yo nunca me enteré de nada? ¡No puedo creer estar hablando contigo abuela!, ¡no lo puedo creer!   
- Toc-Toc. Juan golpea la puerta

María Martha no sabe qué hacer, quiere seguir hablando con su abuela a la que tanto extraña, pero a la vez no sabe qué decirle a Juan.

J- ¡Apurate Marthaaaaaaa! ¡Hace media hora que estás adentro!
M.M- ¡Ya voy Juan, ya voy! Pasa que me indispuse, vos disculpá.

En ese momento la abuela desaparece. María Martha se queda sin saber cómo fue que el Hetor asesinó a su abuela. A ella siempre le pareció un canalla. Un papafrita. Se le llenaron los ojos de lágrimas y juró algún día vengar a su abuela. La abuela con un nombre tan lindo, la inigualable Janaelle Monaé.


sábado, 23 de febrero de 2013

El enigma de las medias, parte I


En un cubo de basura de un baño de mala muerte, unas medias can-can abandonadas a su suerte.
-Aquí se ha cometido un crimen- olí yo.
Las medias color "carne" podían pertenecer a una prostituta. Podían tener una mancha de sangre. Podían ser de un travesti, tal vez. Que se tuvo que cambiar de ropa a las apuradas porque estaba en camino su mujer. Esta última es la tesis que me convence más, a la cual adhiero.
Mirella, casada con Aitor, va al barsucho de la esquina en busca de una muzarella y una ensalada de frutas. Uno de los parroquianos le chista a Aitor (que cuando viste de mujer se hace llamar Mariel), le advierte:
-Aitor, corre al baño de cucarachas y aromas cloacales!
Éste, al levantarse el vestido nota dos cosas: los pelos de las piernas le han crecido, y en sus medias can-can hay una mancha oscura de sangre. Aitor se desespera, se pone a pensar que así de sucio no puede hacer la calle. Nadie levanta a un trava ensangrentado. Entonces corre al baño de damas (claro,ahora es Mariel) y cierra de un portazo. Se baja la pollera y se dispone a sacarse las medias, pero claro, se da cuenta de que no quiere tocar el piso hinmundo (con hache, hipercorrección). Decide agarrarse de un cable muy largo que ilumina la habitación, ya que pende de él una lámpara casi agotada. Con una mano se sostiene del cable, con la otra se baja las medias. De paso echa una meada en el water, aprendió a mear sentado. Se quita la peluca y cuando se está sacando el maquillaje con una servilleta salivada, cae en la cuenta de que su mujer lo va a ver salir del baño de damas. "¡Qué boludo soy!" piensa Aitor. Hubiera sido más prudente hacer la trans-formación en el baño de caballeros y salir del cubículo luciendo como un hombre.
De pronto el cable se rompe y cae la lámpara. Las medias can-can fueron a parar a la papelera de los adherentes del baño de mujeres. Aitor a oscuras trata de recomponerse, se cortó un poco con el vidrio de la lámpara rota en el suelo. A tientas y a oscuras trata de mejorar su aspecto y hacerlo más varonil. Se saca la blusa floreada y las tetas plásticas. Hasta que siente unos pasos provenientes del pasillo. Aitor desnudo sale despavorido dejando en el baño aquel enchastre.
Desnudo excepto por el par de medias can-can puestas en el rostro, cubriendo los rasgos de Aitor.

martes, 19 de febrero de 2013

Desamar



Estoy en el campo, naturaleza,  y te pienso lejos.


- ¿Quiénes son tus vecinos?
- Dieciocho árboles cítricos.
- Entonces dejalos.

Quizás yo no sea intuitiva con la mano, por eso es que nunca pude dibujar. Algo de celos y envidia hay en esa frase. Pero se que tengo otras cualidades. 


Desamar.
Desarmar.
Sacar todo lo que había metido en la valija, para no volver a verlo nunca. No de esa manera. Quito todo el equipaje, sucio y gastado, usado. Lo apoyo con cuidado sobre mi cama, ahora inmensa; y duermo. Duermo contenta, descanso. La respiración del gato a mis pies me consuela, si de noche me levanto buscando.
Desamar.

raso verde


Él y yo en la casa de su abuela, dormimos en camas separadas después de tener sexo en la habitación de huéspedes. Me prepararon una cama con sábanas de raso verde agua. Sospecho que era raso; era como un pañuelo de seda pero más duro, como el forro de una chaqueta pero más grueso. La sábana de arriba era así y también la funda de almohada que me dejaron doblada sobre la cama y que no usé.
Dormí desnuda después de tener sexo y mortificada con la idea de que la Abuela abriera la puerta del cuarto y me viera las tetas.
Me desperté varias veces en la noche ahogada por la sábana verde, calurosa y picante. Sentía que era una tela tóxica que me iba a sofocar. Era espantosa la sensación del raso en contacto con la piel. Además me perseguía la idea de que la Abuela me descubriera dormida.
Me tapé hasta el cuello pero el calor era insoportable. No había forma de no dejar las tetas al descubierto.

Varias veces en la noche me tapé y me destapé, y una de esas veces me desperté sin saber en dónde estaba por unos segundos. Lo vi a él a mi izquierda, durmiendo profundamente en la camita de al lado como si fuera mi hermanito en un orfanato. Dos camitas iguales de una plaza con la madera bien barnizada.
Y una Abuela que podía abrir esa puerta en cualquier momento, violando la privacidad de mis pezones.

No pude dormir bien, estuve toda la noche en estado de alerta. Cuando al otro día él me despertó con una caricia, me asusté.