domingo, 28 de abril de 2013

Bar Papiros, Blanquita


Blanquita Portilio viene sola al bar. Ya se acostumbró. Tiene a su hijo mayor viviendo en Nueva Zelanda, y cómo lo extraña. Se jubiló de transfusionista, ya van a hacer dos años. Y le cuesta, estaba muy acostumbrada a trabajar y en el trabajo tenía construido todo un mundo.
El mayor siempre fue su hijo favorito. El que le quedó acá en Uruguay es casado y tiene una nena.
Pero con Blanquita no tienen feeling. Claudia su nuera nunca terminó de llevarse bien con ella y aceptarla.

Blanquita estuvo saliendo con un señor durante cinco meses el año pasado. Viudo, igual que ella. Lo pasaban bien, él la sacaba a pasear en su auto. Hacían el amor y miraban películas acostados en la cama. Pero decidieron no verse más, ninguno de los dos quería complicaciones. Ella más bien era la que no quería complicaciones, si fuera por él aún seguirían saliendo.

Tiene bastantes amigas, pero siente que ninguna la comprende. Su prima, que fue su mejor amiga durante cuarenta años, falleció de cáncer.

Su alimentación no es muy sana, como vive sola le da pereza cocinar. Fuma, nunca intentó dejar el vicio. Le encanta fumar en los cumpleaños familiares con su primo segundo por parte de madre, Omar. Fuman juntos y toman varios whiskys, se ríen con voces roncas y tratan de olvidar por un rato la cotidianeidad. Omar está paralítico. Blanquita lo ayuda aunque él se resista. Una vez le cambió los pañales. Él ya está viejo, le lleva catorce años.

Blanquita es muy blanca, su pelo corto y fino está teñido de rubio platinado. Viste camisa blanca y pantalón beige. Ropa de buena calidad. Zapatos marrones con taco bajo y chaleco de falsa piel marrón. Divino. Se lo trajo el hijo de Nueva Zelanda. Viene maquillada al bar y con algunos elementos de bijou: perlas, pulseras doradas, un medallón de la virgen. Todo prolijo y en su justa medida. Le sienta bien el nombre Blanquita.
 A ella le hubiera gustado ser periodista de policiales, igual que su papá al que apenas conoció.

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