sábado, 27 de abril de 2013

Bar Papiros, Oscar.




Cara de Drupi. Aún existe Oscar, detrás de esos ojos perdidos. Revoleos de sueños en un bar. Viene acá todos los domingos porque no tiene televisión en su casa.

Oscar, el señor de la almohada. Un vaso de whisky casi transparente, la postura de un pájaro silvestre. “El Garza” así le decían de chico, “pura pata ese gurí”.

“Ojos que no encuentran paz”, así decía una canción. Oscar se convierte cada vez que dispone sus ojos en este sentido, impávido, vestido.

La luz es intermitente, pensé que era un fallo en la descarga eléctrica y luego descubro la razón de mi constante despeinar de cerquillo: hay encima un ventilador.

A Oscar la Ley seca de Estados Unidos lo hubiera matado, no podría. Trancado, cernido. Vencido. Tambalea, casi no distingue sus movimientos.

Por dentro hay una secreción de nubes y recuerdos pasajeros. “Mirando la tabla con cariño” la única frase un tanto amorosa que encuentra en el diario, en la sección deportes.

Oscar está sentado, en este bar, unas dos o tres sillas más adelante. Siento que él no puede con su vida desde hace tiempo.

Tiene zapatillas náuticas tipo Topper, un vaquero jean de tiro alto, recto, corte Levis trucho. Y una camisa algo moderna “N+” reza en su omóplato derecho. Un cinturón de cuero marrón que sostiene su bragueta. Cerrada a cal y canto desde hace una década. Carece de anillos y expresión.

El pelo cortado con tijera y peine, en la peluquería del Héctor Hugo. Orejas grandes, de hombre viejo.
Veo solo su nuca, pero estoy completamente segura de lo que dice su mirada.


1 comentario: