Cara de Drupi. Aún existe Oscar, detrás de esos ojos
perdidos. Revoleos de sueños en un bar. Viene acá todos los domingos porque no
tiene televisión en su casa.
Oscar, el señor de la almohada. Un vaso de whisky casi
transparente, la postura de un pájaro silvestre. “El Garza” así le decían de
chico, “pura pata ese gurí”.
“Ojos que no encuentran paz”, así decía una canción. Oscar se
convierte cada vez que dispone sus ojos en este sentido, impávido, vestido.
La luz es intermitente, pensé que era un fallo en la
descarga eléctrica y luego descubro la razón de mi constante despeinar de
cerquillo: hay encima un ventilador.
A Oscar la Ley seca de Estados Unidos lo hubiera matado, no
podría. Trancado, cernido. Vencido. Tambalea, casi no distingue sus
movimientos.
Por dentro hay una secreción de nubes y recuerdos pasajeros.
“Mirando la tabla con cariño” la única frase un tanto amorosa que encuentra en
el diario, en la sección deportes.
Oscar está sentado, en este bar, unas dos o tres sillas más
adelante. Siento que él no puede con su vida desde hace tiempo.
Tiene zapatillas náuticas tipo Topper, un vaquero jean
de tiro alto, recto, corte Levis trucho. Y una camisa algo moderna “N+” reza en
su omóplato derecho. Un cinturón de cuero marrón que sostiene su
bragueta. Cerrada a cal y canto desde hace una década. Carece de anillos y
expresión.
El pelo cortado con tijera y peine, en la peluquería del
Héctor Hugo. Orejas grandes, de hombre viejo.
Veo solo su nuca, pero estoy completamente segura de lo que
dice su mirada.
AMÉ, ADORÉ!!!!
ResponderEliminar