martes, 17 de diciembre de 2013

volvieron las ganas de escribir


Lo reconocí después de un rato, su cara conservaba el mismo aspecto que en la niñez cuando lo inmortalizaron en la foto del afiche de la campaña contra el cólera.
Un niño morocho de rasgos amerindios, un poco cachetón con un jopo de pelo lacio.
Labios pronunciados, mirada cómplice, forma de hablar pausada.
Se dedicó a un trabajo que le permite estar descalzo la mayor parte del día, exhibiendo sus pies morochos libres de cólera. De a ratos me llegaba su olor a sudor, y no entraba dentro de la gama de los aromas personales corporales que más me agradan.
Los pelirrojos huelen a salamín picante, los rubios más a vinagreta, los castaños tienen un olor salado y agradable condimentado con muchas especias, y los morochos o amerindios huelen a aceituna o a cartón mojado.
Su bucito atado a la cintura me hizo verlo como hasta ahora nunca lo había visto, con un aire de femineidad. Y también su postura y los ademanes de las manos, observé más tarde.
Fue campeón de gimnasia olímpica también en su infancia, usaba pelele blanco y llegó a ganar varios trofeos.
Me miró de cerca divertido, le descubrí pequitas. Para mí siempre va a ser el niño del afiche y lo maldigo en secreto porque yo ya tengo canas y él luce un pelo negro, lacio como la noche.

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