“Es cierto, estos días son lagrimeantes y convexos. Llenos de versos. Me gustaría un abrazo en este momento. Me siento tan sola, vacía...suspendida. ¿Será el invierno?”
La propuesta esta vez fue mirarse hacia adentro, recorrerse en silencio. Momento introspectivo de placer. Estoy embarrada, toda enchastrada, salpicada de dolor, de pavor, de temor. Miedo. Miedo es la palabra, y me animo a pronunciarla. ¿Miedo a qué? Tengo miedo del número, el peligroso número que se representa en mi mente: miedo al número dos.
Me reflejo en el espejo y estoy yo. Sola. Solamente yo: cuerpo, alma , sexo , mente. (desarmo la trilogía, un número del que no corresponde hablar ahora). Mi sombra va de a una. Agarrada de la mano del hombre invisible, que carece de color (de calor). Mi cuerpo desea desde lo hondo un abrazo sanador. Y no recurro ya a las lágrimas ni al alcohol, caigo tendida , blanda en la red. Mi red de soledad, de color sepia, perdida en la bruma.
Tengo miedo a volar, a volar alto de verdad y perderme en el vértigo al saltar, acariciando tu piel constantemente. Tengo miedo del mar de tu sexo, que me revuelca en la orilla, me ahoga sin freno. Tengo miedo de que deje entrever lo que hay dentro de este envase.
Y ya no importa el maquillaje, ni el viento revolviendo mi pelo. Me importa mi bienestar. Me importa no perderme en la soledad. Y quiero mirarte y abarcar el cielo.
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