jueves, 27 de mayo de 2010

Polvo

Me enamoré del polvo (en todas sus acepciones). El polvo que cubre los objetos de la biblioteca, el polvo que viaja con el aire, que se pega en la piel. El polvo que cubre la extensa llanura de tu espalda, que termina en tu cuello desnudo.

Polvo son mis lágrimas, convertidas en pequeños granos de arena, raspando y llevándose las impurezas al salir. Lágrimas exfoliantes.

Perdí toda mi ternura. Me endurecí. Tengo una coraza que me tranca. Me recosté sobre la hierba, y yo misma dejé, que de a poco, el polvo se adueñara de la libertad de mis movimientos. Me convenció tu voz, voz polvorienta, (voz-pólvora).

Me abandoné en el polvo.

Recurro a la orilla. Al ventarrón del sur enfrentándose con mi cuerpo, suspendiéndome en la atmósfera salada. Dejo que el agua me penetre. Se introduzca en cada uno de mis poros. Dejo que de a poco las olas me revuelquen y expulsen todo, todo el polvo.

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