Nadie comenta lo rico que quedó el postre. Todos comen en silencio y disfrutan de la mezcla de café y chocolate. Yo miro para todos lados, buscando las miradas, buscando la aprobación del plato, y no encuentro nada. Todos se relamen como gatos empalagados, y susurran cosas ininteligibles entre las bocas llenas y los labios apenas mordidos por los dientes. Debería tomar esto como una actitud positiva, y que realmente les gustó lo que cociné, pero no puedo evitar sentirme inquieta. Por alguna razón preciso esas palabras, frases hechas que denoten la satisfacción de los comensales. ¿Cocino para mí o cocino para ellos? Eso es lo que me cuestiono, por algo me interesa tanto su opinión, aunque el silencio y el disfrute son más que conmovedores.
Desde que serví el postre ya nadie habla. Cuando entraron, todos parecían muy serios y correctos. Acartonados. Cuidándose de no moverse tanto, de no decir una palabra demás, de no dar un paso que los deje más allá y después no sepan el camino de regreso (si es que hay vuelta atrás). Aunque ese clima de tensión nos acompañó durante toda la maldita cena familiar, cuando vino el momento del postre el silencio se transformó en algo agradable de escuchar, un alivio. No era incómodo en absoluto. Ese silencio fue lo más puro que compartimos esa noche.
Después de tomar una copa de vino blanco y terminar de fastidiarnos entre todos, nos despedimos con promesas vanas de volver a vernos, y abrazos casi arrebatados desde el fondo de las copas. Algunos con alientos más alcohólicos que otros. El resto con un grado de indignación por momentos elevado. La única que parecía haberlo disfrutado en serio era la vieja más vieja de todas. A la que ya ni se le podía calcular la edad que tenía, imposible de escribir un número con tantas cifras. Ella estaba borracha, empalagada y con cara de urraca madre, postrada en el sillón marcando con el dedo el compás de una música inexistente para el resto de los oídos, la música de su cabeza. Fue ahí cuando me di cuanta de que no importaba realmente el estúpido comentario, si al final el elemento dulce logró despertar el ritmo de una mente aparentemente dormida.
el 3er párrafo me hizo reír. mucho!!siga escribiendo ruiseñora que cada vez lo hace mejor
ResponderEliminarah ya veo,sos media cortazariana vos!!
ResponderEliminar¡que lindo lo que me escribe ud!
ResponderEliminar¡yo le agradezco tanto! (ojalá tenga algo de cortázar...admito que estoy profundamente enamorada de él, y es una gran influencia literaria).
me encanta compartir este espacio y estas locuras con ud. como también ,(¿como también perdonamos a los que nos ofenden?...me sonó un tanto religioso el asunto, ¡wow super paréntesis!), las tardes de sol, guitarra y tejidos en la rambla. caminar horas bajo el sol perdiendo la noción del tiempo.
¡besos y abrazos ruiseñores!